Dispuso sus cabellos,  
sacudió las pavesas oscuras de los ojos,  
midió sobre sus yemas una brizna rosada,  
soltó la falda triste   
y apareció desnuda.

Ni diosa, ni dulce ni serpiente.

La verdad de su carne,
sola en lluvia o en tacto.
Memoria de la hierba,   
desde el talón tensada.

Alisó una última   
estela fervorosa   
y supo, inexorable, que no existe   
Paraíso o espadas.


          (De Fisterra)



Dafne


Que tu luz no me busque, Apolo, porque soy una hoja
que vive con el viento.
Toda la savia es
una caricia blanda,
tengo verdes los brazos de besarme en las ramas,
de mirar en las sombras el cristal desvaído de mi cuerpo.
Los helechos me abren su corazón de agua,
poseo dos mil lunas ganadas al ocaso,
los tilos, el espliego, la frescura
de todos los diamantes que se mueren de frío,
las lianas que adornan
la libertad, el talle, las avenas,
mis pestañas, las rosas, los pedernales tiernos de los frutos,
las blancas mariposas donde beben su plata las raíces,
donde el bosque se espesa de semillas y muerte.
No deseo tu fuego, adoro la ceniza que es espora del trigo
y no quiero otro rayo que el resplandor redondo en las naranjas,
el cenit que atomiza la techumbre calada de los árboles,
los troncos como dioses,
las auroras cebadas en su vientre de polen solitario.
Es inútil que corras, porque este paraíso que fecundan tus ojos
me pertenece ya, es la textura
del fondo de mi carne
                                   y crezco vegetal
desde la dermis al vello más oscuro donde duermen los mundos,
es inútil que corras, inútil que me alcances,
porque tengo las plantas
vaciadas en la tierra
                               y el laurel
es ya un triunfo de oro en mi cabeza.

 

          (De Paranoia en otoño)



 

Con las uñas, abría
en la piel una brecha
y dejaban los poros, en las manos y el aire
su perfume de invierno.
Verde, blanco y naranja.
No la yema, una boca
tal vez el dedo índice portara.
Como de agua y sol, el zumo escapa
y de cristal azul,
de almíbar la semilla,
desde un gajo se expande por la pulpa
y por el campo corre
el frío acuchillado de diciembre.
Verde, naranja y rojo.
La luz está en la lengua,
los rayos que cambiaran
la flor del azahar en una cúpula.
Rojo, naranja y oro.
Dulce con dulce, menta con lima,
por la herida los dientes se demoran.
Un pequeño volcán, en el ocaso,
corolas devorando con los labios.
Naranja. Caramelo:
               Niña.


          (De Fisterra)



Agacharse


Sentir el peso cálido.
Girar
previsora la vista, y saber
que no hay nadie.
Agacharse. Enrollar
el vestido, dejar en las rodillas
la mínima blancura
de la tela, su felpa
y el fruncido que abraza
la cintura y las ingles.

 

Mojar
con el chorro dorado,
tibio y dulce la tierra
tan reseca de agosto, el desamparo
sutil de las hormigas en la hollada
palidez de los henos.

 

Mezclar
su fragancia espumosa con el verde
vapor denso de mayo, sus alados
murmullos, la espantada
carrera de los grillos.

Y en invierno, elevar
un aliento de nube
caldeada, aspirando el helor
de hoja fría del aire.

 

Orinar
era un rito pequeño
de dulzura
en el campo.


          (De Fisterra)



La era


Mi padre y yo dormimos
en la era, y la paja
nos es lecho de estrellas. Se sienten
las culebras cruzar toda la noche
los haces de cebada, y ratas como gatos
nos roban en el trigo. Me estremezco
y no grito, porque mi padre ronca
bebiéndose la luna, y en el aire
cantan grillos de arena.


          (De Del color de los ríos)



Cáliz


Y ahora soy
tan igual a ti, madre,
que no me reconozco en el cristal
de este retrato tuyo tan presente.
Si supieras que todo
lo que de ti he odiado y maldecía
ahora en mí lo descubro
tan exacto y reciente como el cerco
de una piedra en el agua, repetida.
Vengo a verte de nuevo.
Tócame, pon mis dedos
aquí sobre tus llagas, y ábreme
esta rosa de espinas del costado.
Soy tan tuya que el mar
tu voz copia en mi voz para su canto.
Y me despierto, y en la hora vivo
tu misma inmensa sed, esa que siempre
en tus huesos vacíos
irremediable ardiera.
Yo no soy tu fantasma, quiero
crearte ahora en el filo
de quien te dio mi ser, resucitada.
De muerta a muerta, dime:
¿Quién amamanta a quién, serpiente mía?


          (De No temerás)



Padre


Esta tarde en el campo piafaban las bestias.
Y yo me quedé quieta, porque padre
roncaba como cuando,
zagal, dormíamos en la era.
Me tiró sobre el pasto
de un golpe, sin palabras. Y aunque hubiera podido
a sus brazos mi fuerza,
no quise retirarlo, porque padre
era padre: él sabría qué hiciera.
Tampoco duró mucho.

Y piafaban las bestias.


          (De Del color de los ríos)



Calle Cruz de Ventura


Hace ya tanto tiempo que andamos entre coches...
Déjame, hija mía, que descorra los miedos y la niebla.
Llevamos ya dos horas
perdidos en la acera
de no sé qué avenida, preguntando
en porteros donde nadie conoce a nuestra hija.
El ascensor no estaba, y otra vez
nos cambiaron el cuadro de los números.
Tu padre, cinco pisos, mis piernas, los jardines,
mil comercios...                                       
Había una carrera, porque estaban los guardias.
Y la música loca, tanta gente,
y el cristal embobado de las casas sin nombre.

–Traéis cemento detrás de las orejas.
Y arañados los pies de rascacielos.
Ayer, el autobús de las espinas blancas
(¿o fue hoy?)
nos llevó a la deriva
por vueltas y revueltas
de hormigón y de luces.

Y de pronto, en un brillo
del oscuro café, una mirada, esa malicia
inteligente y cómplice del agua
(del agua de los ríos que van a dar al mar):
la casa, el pueblo.
Nosotros, ya, Ventura 14.


          (De Los cuerpos oscuros)



Madre


Y soy yo quien ahora te tiene,
madre mía, a su merced, turbada.
Diminutos tus huesos
y tu piel de ciruela que, si hablo,
se rompe. Enjabono tu vientre
y mis dedos resbalan por tus mustios
pezones y tus nalgas.

Madre mía, mi niña, cúmplase
esta rara inversión, y tengamos
tus cicatrices yo, tu corazón mis años.


          (De Del color de los ríos)



De la libertad que el cetrero regala a su ave


Que Dios te guarde siempre, ave mía lejana.
Sonriamos ahora, en esta despedida
que debe ser amable. Gratitud,
dulce amiga, es toda mi oferencia.
Pues fue noble el amor, radiante
arderá mi recuerdo de ti en cada hora.
Diste gloria a mis días, y aprendí
en tu mirada la insondable
belleza de la altura.
No te rendiste nunca, y aunque el miedo
batiera tantas veces
sus alas de flor negra,
tu corazón mantuvo su bravura.
Tu respeto es mi honra, tu lealtad
la perla más hermosa que del viento
desovara en mi mano. Bendiciones
y estima, donde fueres, te acojan
y sean tu corona la firmeza,
la virtud y el valor.
Por mi lengua, correrá siempre el río
de tu rara nobleza. Y no olvides
que el amor nunca ensucia, si es tan claro
y nos crece y devuelve
al cósmico misterio de la vida.
Que te guarden los dioses
aquí y en toda ruta.
Yo te beso los ojos, y en tu frente
mis verticales votos deposito
y brindo por tu dicha.


          (De Arte de cetrería)



Océanos


Con ellos oigo el mar.
Oigo el mar y visito los huecos
de la sombra en sus labios.
(Pero no sé si tienen labios).

Son grandes y son lentos como dos
proboscidios. Se caen
cada día cien veces de su tierna rodilla
zamba. Yo les doy
de beber, les unto
de pomada y de aceite
la piel roja del coxis
y a las doce los pongo en el balcón.

Habla y habla y habla el uno sin parar
una lengua de trapo
              y de esponja
                        y de agua,
mientras el otro  –la otra–
se atora con su propia campanilla.

Y el mar entra y sale,
va desde su cuarto a la cocina,
y a mí me humedece
de color gris acero las muñecas.

Cuando brota la luna
yo rehago dos nidos con bufandas
                    y leche y baberolas
y me siento a escuchar.

Y el mar bate despacio
                    –muy
                       despacio–
en sus vientres de tierra.


          (De Los cuerpos oscuros)



Espejos


Baja la loba al llano, y muerde las ventanas.
No con dientes las muerde, sino con sus pupilas
agrandadas y hambrientas.
Con envidia las mira, a las ventanas,
sus lámparas, sus sombras
ocultas y encendidas.
Porque ella vaga sola, sin lugar y con frío,
y allí, tras los cristales,
se agazapa ese algo
que aún no sabe qué es,
pero que late y vive.

Baja la loba al río y mira arriba,
y aúlla a las ventanas
que brillan como soles
y taladran la noche
tan triste de la vida.
¿Quién ama? ¿Cuántos comen?
¿Cómo será la silla?

Lame la loba el suelo, y lame las ventanas
encendidas de luz,
y sus pupilas rojas
son un livor de frío.


          (De Los cuerpos oscuros)



Pakken  pakken

               Yago, con 18 meses


Tienes fiebre o te duele  
la encía o has mirado  
la sangre en tus rodillas:  
Pakken pakken.
                     Es
la santa palabra.
La que cura los miedos   
y el espasmo del mundo,
la que borra el dolor   
y pone un cerco de oro y almohada  
cobijando por siempre   
tu rubio corazón.

Aquella de entregar    
a los otros el miedo   
y el andar vacilante    
y este pecho que sabe   
que es tan viejo y no tiene   
mariposas ni luces ni ganancias.

Coger. Cógeme en brazos.
Tu abuela al escucharte   
comulga en tu fragancia   
de palpitar caliente y pajarillo.
Desde tu voz se asoma –pakken pakken–    
a la magia que nombras, tan sencilla    
y tan alta.
Álzame. Rodéame.

La palabra prohibida   
que me sabe  
tan huérfana.


          (De Cartas de enero)



Mujer mirando al sur


Mi abuela se sentaba al sol
esperando la muerte,
al sol vestida de luto con sesenta
años la sentaban
en la silla de anea
cada día a esperar
la muerte.
Siete hijos mi abuela pero
no conoció varón.

Cuando quise
preguntarle a mi madre mil pedazos
autistas me miraban sin verme.
Madre y virgen mi autista
rasgándose en el frío,
estudia hija estudia,
la mano el libro el chocolate
el cuerpo
el cuerpo las estrellas el bosque
las palabras el cuerpo
la película el vino la carne
del melón rajando mi garganta
relámpagos el zumo la sandía,
no se hace eso no se hace,
las siestas y las sábanas
mi secreto
pecado solitario.

La vela que en mi mesa
se agota y se deshace
también llega a su fin.
Pero el cuerpo, esta savia
venida de mi madre de mi abuela
me explota aquí en las sienes
en el sol y en la sangre
la granada
que es una y mil granadas
licuándose
calidoscopio azul mis dientes
el clítoris la luna la vagina
los limones candelas
ese tronco de encina quemándose
mi cuerpo
que no se apaga nunca
que no se acaba nunca

mi brindis
ese brindis de autista para siempre.

De aquellas.
Por aquellas que en mi vientre se estrenan
y en el cielo
rieron y reirán.


          (De Cartas de enero)



Lotófagos

                    Ámsterdam 1998


A mediodía, por el aire, pasa
el ángel mudo de los inmigrantes. Todo
se alza y es un vaho
de pan recién cocido con aroma
de flores. En los barrios, los tranvías,
las ventanas y el metro, cada inmigrante compra
su flor de cada día y una
ración de pan. Pan moreno, pan alto,
pan blanco, pan rubio, de centeno o del sur.
Cada inmigrante huele
su pan de cada día mientras muerde, una a una
las irisadas migas
de su ración de flor.


            (De El extranjero)



No quiero detener    
esta mentira. Yo estuve aquí.
Lo saben estas piedras    
alzadas de la noria, por donde el mar traía   
su enigma y su locura.

Ahora la memoria   
se obstina en ordenar   
cada palmo de tierra, cada tronco   
cortado, cada instante   
de luz en la fogata   
antigua de los días.

Cuando pasa, centella supersónica,  
el tren AVE cortando    
la huerta y su poleo,   
mi delantal tan blanco   
         tiznado   
    y ya perdido.


          (De Cartas de enero)



Anunciación


Pues sí, he decidido que soy vieja
y he decidido además que voy a proclamarlo,
porque así no habrá malentendidos.

Soy vieja ¿pasa algo? Pasa
todo lo que ha pasado, todo pasa.
Ese momento clave
en que ellos se van con otra chica
y ellas se arman de lifting y armadura,
qué indecencia... Qué indecencia ser vieja
cuando sólo lo joven es valioso y se nombra.

Desde ahora, ya saben: Si no estoy
en la presentación o el cóctel no es por nada,
es por todo: por propia obscenidad,
es que soy vieja,
amo tanto ese hueco -mujer cóncava-,
de mi yo en la foto... Qué indecencia.
Si nadie es hoy viejo, ya me dirán ser vieja.

Perdón. Perdón por esta infame
desnudez a destiempo de los blogs
y el verano. Si no hay publicidad
que dé amparo a una vieja, me pregunto
a qué mi anunciación. Y en estas fechas.


(De La Bambola)



Disyuntiva


La tentación se llama amor
                                      o chocolate.
Es mala la adicción.
                          Sin paliativos.
Si algún médico, demonio o alquimista
supiera de mi mal,
                          cosa sería
de andar toda la vida por curarme.

Pues tan sólo una droga,
                                   con su cárcel
del olvido me salva de la otra.

Y así, una vez más, es el conflicto:
O me come el amor,
o me muero esta noche de bombones.


          (De La Bambola)



Toda la piel del mundo
                                

Tú los ves ahí colgados, tirados, y dices,
vaya cosa, son cosa de mujeres, tonterías,
lo llevan para meter el pintalabios,
el móvil, quizás una compresa. Y te olvidas.

Pero ellas no olvidan, lo llevan como a un gato,
como al fiel compañero, como su santo y seña,
como su claro ex-libris.

Te equivocas si crees, en tu inocencia,
que esa cosa de rafia o de piel beige
sirve para tener a mano el colorete, las llaves, el perfume.

Yo la he visto de noche,
esa cosa respira, es una megalópolis,
no está quieta por dentro, es multiforme y crece.
A la hora del pan huele a cerveza,
y cuando está nublado
te puedes encontrar con que ahí dentro
hay una hija, un sol, unas tijeras
de robar rosas rojas.

Ahí, a tres de julio, he visto amanecer los pájaros cantando
y había un abanico para un novio
y una estrella de miel para la madre.
En el rincón azul, las gafas de coser,
las recetas del padre a la fecha de hoy,
la muestra de la tela –preciosa– que le dio el tapicero.
Al fondo la novela, la última, de Doris Lessing
y el bono de 10 horas del gimnasio.

Por ahí pasa un río,
pasa el día, la música, la niebla...

Esa cosa. Mi bolso.

Que va a dar al mar.


          (De Cartas de enero)



Amor mío


Antonia buena chica ingresó ya cadáver.
Carmen muy educada vaqueros blusa beis
y Raquel silenciosa es el amor.

Amor de amoratarse amor que es amoldar
y amancillar.
Amor de amenazar amor de amurallar
amor de amartillar
y de amasijo.

Amor de amortajar.

Rosa Lola María
Inés Luisa mi amor.

Compañero mi amigo
mi enemigo.

Rafael veinte años arma blanca su novia en una calle.
José Pablo dos hijos divorciado
y Raúl empresario gran sonrisa el amor.

Es el amor que amengua que amuralla
que amortece y amarra.
Amor de amuñecar amor que es amputar
amor de amilanar
y de ambulancia.

Amor de amordazar.

Manuel Félix Cristóbal
Jaime Isidro mi amor.

Mi señora mi dueña
mi rehén.

Amo mío mi amor.

El anillo no sabe no sabía.
El anillo.
El cuchillo.


          (Huérfano de libro)